PRESENCIA DRAMÁTICA DE LOS
DOMINICOS EN RUMANIA
Con motivo del Jubileo Ordinis Praedicatorum (1216-2016) me ha parecido
oportuno recordar algunos datos históricos poco o nada conocidos acerca de la
presencia dominicana en el legendario y novelesco país de Drácula.
1.
Huellas dominicanas en Rumania
Era julio de 1988, a punto de reventar
como una olla a vapor el tiránico régimen comunista rumano, cuando tuve la
oportunidad de conocer al anciano sacerdote David Ladislaw, de origen armenio,
el cual conservaba una lucidez exquisita para hablar de cosas que probablemente
no están escritas en ninguna parte. De acuerdo con el programa oficial de mis
viajes y visitas yo estaba invitado a un almuerzo húngaro o maguiar en el presbiterio de S. Miguel
de Cluj-Napoca, capital de Transilvania, Rumania. Fue en ese contexto en el que
me salió al paso el P. David Ladislaw, pocos minutos antes de la hora del
almuerzo, al que él no estaba invitado. Teníamos los minutos contados pero
tratamos de aprovecharlos al máximo con la discreción y prudencia requerida por
las circunstancias políticas y religiosas del momento.
Según el P. David Ladislaw, los
primeros dominicos que llegaron a Rumania fueron alemanes, llamados por el rey
Ludovico para evangelizar a los cumanos, allá por el año 1300. Se instalaron en
Cluj, Bistrita y Cîmpulun-Muscel. Luego me habló de una tradición que todavía
existía en la localidad de Cîmpulum. Desde el siglo XVI hasta nuestros días los
fieles católicos acuden a la iglesia el día de los difuntos (2 de noviembre)
para encender velas en recuerdo de los mártires dominicos víctimas de la
persecución protestante. Según su versión oral, los dominicos fueron ejecutados
por los luteranos alemanes y en 1988 él no tenía conocimiento de que hayan
vuelto los dominicos a aquellas tierras.
Aprovechando al máximo los minutos
disponibles para hablar privadamente entre nosotros, como quien apura el último
tramo de la colilla del cigarrillo, me hizo saber que en Cluj tenía yo la
oportunidad de conocer el lugar del antiguo convento de los dominicos, lo cual
me causó sorpresa grande y alegría no menor. Ese lugar era el actual convento o
residencia de los franciscanos en Cluj, del que me facilitó la dirección exacta
para que lo visitara. Obviamente, rompiendo el programa establecido y con todos
los riesgos que hubiere que afrontar, si llegara el caso.
Después del almuerzo en la parroquia de
S. Miguel mi interés se centró en visitar el convento de los franciscanos, sede
original de los dominicos en el siglo XIV. A pesar de no existir planos de la
ciudad, y si los había no eran fiables, mi ilustre acompañante Raoul Sorban,
que conocía la ciudad mejor que una patrulla de agentes de la securitate del régimen comunista
imperante, me indicó el camino y en un abrir y cerrar de ojos llegamos a la
Plaza del Museo, calle Savinesti, donde se halla ubicado dicho convento.
Como ocurre siempre que se llega sin previo
aviso, tuvimos que esperar un tiempo prudencial hasta que se fueron disipando
todas las sospechas sobre nosotros. ¿Éramos espías u hombres de fiar? Nos
recibió un padre franciscano de no avanzada edad, pero muy frágil de salud.
Después apareció otro y disfrutamos de unos momentos juntos muy felices. La
casa reflejaba espíritu franciscano por todos los costados, tanto en la extrema
pobreza material como en la caridad evangélica. Aquellos dos hijos de S.
Francisco vivían allí al servicio de los más pobres en una situación de falta
de libertad y pobreza material extrema. Como era de esperar, tuvieron
particular interés en mostrarme las dependencias más antiguas de la casa en la
que vivieron los dominicos.
Originalmente la iglesia no fue
cristiana, sino un templo pagano romano. Al llegar los dominicos y tomar
posesión del lugar, construyeron una iglesia cristiana de estilo gótico.
Muertos los dominicos, según el P. Ladislaw, a manos de protestantes, llegaron
los jesuitas, que la transformaron en estilo barroco. Después llegaron los
franciscanos e hicieron también sus reformas habiendo sufrido muchos cambios
hasta nuestros días en que de nuevo dicha Iglesia está regida por los padres
franciscanos. Yo aproveché la ocasión para hacer algunas fotografías de la
entrada, sacristía, muralla y altar de la iglesia. Se dice que el artesonado de
la sacristía y una nave del claustro son de la época primigenia al igual que el
muro exterior a la sacristía.
La visita terminó sin sorpresas
desagradables a pesar de habernos salido del programa oficial diseñado de mis
visitas. Raoul Sorban quedó admirado de las informaciones recibidas del anciano
sacerdote y de los padres franciscanos, y en varias ocasiones después me
preguntó si no había llegado ya el tiempo de que los dominicos nos planteáramos
la cuestión de volver a Rumania. Por supuesto que sería imposible implantar la
vida dominicana en aquel país con el régimen político vigente. Pero tal vez podíamos
encontrar alguna disculpa para que uno o dos investigadores dominicos visitaran
el país con el objeto de estudiar la historia de la Orden e impartir formación
dominicana a jóvenes rumanos en el extranjero pensando en el futuro. ¿Qué hacer
para que los dominicos vuelvan a Rumania? Raoul Sorban se empezó a plantear
este interrogante y la posibilidad de darle una respuesta adecuada como un
deber de justicia histórica.
Antes de partir para el aeropuerto
hicimos una visita relámpago al ilustre señor Mircea Vaida–Voevod, el cual, al
ser informado sobre el relato del P. David Ladislaw acerca de la presencia
dramática de los dominicos en los Cárpatos Orientales de Rumania, no disimuló
su entusiasmo por el proyecto de hacerlos volver. Lo cierto es que a raíz de
esta información oral del anciano sacerdote, Raoul Sorban encendió en mí la
chispa del proyecto. Luego diré cómo después de haberla atizado con
perseverancia se extinguió sin pena ni gloria como el pábilo de una vela
soplada por el invisible viento siberiano.
Mircea Vaida Voevod tuvo la gentileza
de acercarnos al aeropuerto y mientras esperábamos con mucha paciencia y
resignación escuchar la orden de embarque, hablamos de diversos temas con gran
discreción y en voz muy baja, reincidiendo una y otra vez sobre la fórmula más
adecuada para hacer posible la vuelta de los dominicos a Rumania. Era ya
entrada la noche y el avión ofrecía pocas garantías de seguridad como no fueran
las de los agentes secretos que nos observaban. Al menos esa era la impresión que
causaban los pocos compañeros de viaje que esperaban también oír la orden de
embarque.
Estábamos de acuerdo en que la fórmula
ideal era fundar una casa con cuatro o cinco frailes dominicos viviendo en
comunidad y dedicados al estudio y la predicación. Pero esta opción había que
descartarla. En aquel momento el Gobierno comunista no permitiría bajo ningún
pretexto la existencia en el país de una comunidad dominicana constituida como
en la Europa Occidental. Otra alternativa, sugirió Sorban, podría ser esta: que
vivieran dos o tres frailes en una casa dedicados exclusivamente a los asuntos
de su alma. O sea, renunciando a saber nada de política y dedicados a la
publicación de escritos históricos sin opinar sobre ningún tema relativo al
país o a la vida de los rumanos.
Teniendo en cuenta las circunstancias
sociopolíticas del país barajamos otra fórmula más realista. Esta consistiría
en enviar dos o tres historiadores con el objetivo de hacer una investigación
sobre la historia de la Orden Dominicana en Rumania. Para ello habría que
encomendar el asunto al Arzobispo Ioan Robu de Bucarest, quien tal vez podría
gestionar los permisos de entrada y estancia en el país por un tiempo limitado.
Raoul Sorban me dijo que la documentación para realizar este estudio exploratorio
se encuentra en el Obispado de Alba Julia y en los archivos de una diócesis de
Hungría, cuyo nombre he olvidado.
Por otra parte estaba la cuestión de la
formación de los futuros dominicos rumanos, los cuales surgirían casi con
seguridad. En caso de que esto ocurriera Raoul pensaba que los dominicos
españoles tendríamos que hacer algo por atraer a esos jóvenes rumanos hacia
España ofreciéndoles una formación teológica sólida. Pero habría que encontrar
la fórmula viable para que dichos jóvenes conocieran esta oferta y pudieran
conseguir el permiso para salir de Rumania. Una vez más estábamos de acuerdo en
que la persona más indicada para llevar a cabo esta empresa era el Arzobispo
Ioan Robu de Bucarest, el cual me había sugerido días antes que concelebrara
con él el domingo día 24 en la catedral de S. José de Bucarest y que yo
predicara la homilía.
El tema de mi predicación ese día no
sería el indicado en la liturgia dominical sino la Orden de Predicadores. Su
deseo era que, siendo yo dominico y un “avis rara” por aquellas tierras,
informara a los fieles estupefactos acerca de quiénes somos los dominicos y qué
hacemos. En este contexto el Arzobispo puso particular interés en que diera a
conocer la información recibida en Cluj-Napoca del veterano sacerdote armenio.
La preparación de esta homilía, que
está íntegramente publicada en mis Memorias,
fue muy laboriosa, el Arzobispo leyó el testo escrito con gran atención y lo
encontró impecable. Sólo me pidió que cambiara la forma diplomática de aludir al
régimen político vigente. Esta alusión en algún momento de la homilía era
inexcusable y había que afinar bien las cuerdas de la sensibilidad política del
endiablado régimen comunista imperante.
¿En qué quedó este sueño de vuelta de
los dominicos al país de Drácula? Como queda patente en mis Memorias, en agua de borrajas y papel
mojado. Un año después de haber hecho llegar en mano a Santa Sabina el deseo
articulado del proyecto con el refrendo de una carta oficial del Obispo de
Iasi, Petru Gherghel, con una lista de personalidades rumanas dispuestas a
apoyar el proyecto, me encontraba yo de nuevo en un almuerzo de amigos y
colaboradores del Obispo en su residencia episcopal de la capital moldaba, y en
un momento dado, dirigiéndose a mí, expresó su sorpresa ante el hecho de que
después de un año no había recibido todavía respuesta a su carta.
Para mí fue un momento este muy
desagradable y de la mejor manera que pude le transmití como respuesta la
información de la que yo disponía sobre el asunto. El proyecto con su carta
había llegado, ciertamente, a la Curia General de la Orden Dominicana en Roma,
causó buena impresión e incluso tuvo eco en el último Capítulo General, pero se
había perdido la tradición de la Orden en Rumania y la preocupación del Socio del
Maestro General se había centrado en el resto de los países del Este en los que
sí había una larga tradición dominicana y los frailes supervivientes de los
regímenes comunistas que terminaban de ser derribados, habían acaparado la
atención de la Orden como una prioridad inaplazable.
El Obispo comprendió esta explicación,
pero, lo mismo que yo, seguía sin entender por qué mis superiores ni siquiera
se habían dignado acusar recibo de su carta. En aquel preciso momento di por
muerta la criatura que el P. David Ladislaw había informativamente fecundado en
mi, Raoul Sorban había dado intelectualmente a luz y yo me había encargado de
alimentarla para que creciera con vida sana y abundante. Pero hay más.
Pasaron algunos años y una joven mujer
rumana me salió al paso en el Obispado Greco-Católico de Oradea para expresarme
su gran deseo de hacerse dominica. Con este encuentro se reavivó en mí la idea
de hacer volver los dominicos a Rumania. Por si esto fuera poco, el feliz
encuentro con Janine Rusneac trajo consigo el descubrimiento de una casa de
dominicas francesas que, sin yo saberlo, se había instalado recientemente en
Cluj-Napoca. Allá fui al año siguiente con Janine y allí se sintió ella tan
feliz durante nuestra fugaz visita, que a corazón abierto proclamó públicamente
su deseo de ingresar en la Orden de Predicadores. En un reportaje gráfico del
momento y en la Crónica de la casa quedó constancia de este histórico
encuentro.
Pero ojo al parche. En aquel encuentro
se encontraba también Raoul Sorban, que, como queda dicho, fue el que había
encendido en mí la chispa del proyecto de nueva presencia dominicana en
Rumania. ¿Qué pasó después? Ocurrió que tanta ilusión y emoción quedó una vez
más en agua de borrajas y papel mojado. La pequeña comunidad de dominicas
desapareció muy pronto por escasez de personal disponible para aquella misión y
Janine encontró dificultades importantes para trasladarse a Francia y realizar
allí sus sueños dominicanos. Así las cosas y la dificultad por mi parte para
continuar mis viajes a Rumania, contribuyó a que tampoco se llevara a cabo el
proyecto de Orden Tercera sugerido por un antiguo estudiante dominico
austriaco. Dicho lo cual, olvidemos ahora los recuerdos nostálgicos del
presente reciente y hagamos un viaje de peregrinación histórica del siglo XIII
al siglo XVI. ¿Qué ocurrió por aquellas calendas con los dominicos en el país
de Drácula?
2. Misioneros dominicos
entre los cumanos
Para
que los pocos que lo saben no lo olviden y los muchos que lo ignoran lo
aprendan, me ha parecido oportuno empezar con este aperitivo informativo
elemental. Santo Domingo de Guzmán, nacido el 1170 en Caleruega (Burgos,
España), después de conocer los estragos albigenses en el sur de Francia, se
propuso la educación de sus cabezas teológicamente descolocadas. Para conseguir
este objetivo pensó en la necesidad urgente de una vida cristiana genuina y no
corrupta, al estilo de la época, con la apoyatura de una predicación al pueblo
teológicamente sólida y responsablemente preparada. Era la respuesta
reformadora a la preparación deplorable del la mayor parte del clero, sobre
todo rural, y a las formas arrogantes y
presumidas de los predicadores de turno que tenían la exclusiva de tan delicado
ministerio apostólico.
De la mano de su Obispo de Osma Diego
de Acebedo, fundó en Aude, cerca de Toulouse, un Centro misionero con el nombre
de Sancta Praedicatio, que fue como
el embrión de lo que hoy se conoce como Orden de Predicadores, popularmente los
dominicos. En el año 1216 el Papa Honorio III aprobó canónicamente dicha
Comunidad de Predicadores como una Orden nueva de sacerdotes apoyados en el
bastón seguro de la famosa Regla de S. Agustín. Los historiadores de la Orden
de Predicadores ponen de relieve el hecho de que santo Domingo expresó pronto
su deseo de trabajar como misionero entre los cumanos. Pero vayamos por partes.
El término cumano es etimológicamente de origen turco (kom o kum) y significa
“el que habita en la estepa”. Desde mediados del siglo XI hasta mediados del
siglo XIII, estos esteparios emigraron como hormigas por los territorios de los
Urales y los Cárpatos en conflicto permanente con pueblos ya cristianos como
Rusia, Polonia, Hungría, Bulgaria y los confines del Imperio Bizantino. Los
cumanos que tanto preocuparon a santo Domingo son aquellos que, como se decía
entonces, “se paseaban” como Pedro por su casa por todo el Este de Europa.
Así las cosas, Domingo de Guzmán tomó
la decisión de renunciar al liderazgo gubernativo de la Orden de Predicadores,
que terminaba de fundar, para irse con algunos compañeros al encuentro
apostólico de aquellas gentes cumanas tan conflictivas. Durante la celebración
del Capítulo General de Bolonia, en la primavera del 1220, manifestó esta
decisión, pero los capitulares le aconsejaron que no la llevara a efecto y así
lo hizo. Todo parece indicar que la salud del Padre Fundador daba muestras
alarmantes de debilidad y cabe pensar que esta circunstancia influyó en los
consejos que le dieron y la sumisión ejemplar con que los recibió. De hecho
falleció al año siguiente el día 6 de agosto de 1221.
Pero la realización de su deseo la
llevaron a cabo después y muy pronto sus frailes de la Provincia de Hungría,
recién fundada en mayo del 1221. Los dos nombres de dominicos importantes que
aparecen ya relacionados con la presencia dominicana en Rumania son Paulus
Hungarus y Teodoric.
Según los Anales Ordinis Praedicatorum y varias cartas papales de la época,
los dominicos llevaron a cabo tres intentos misioneros entre los cumanos desde
1222, ya fallecido santo Domingo, y 1227, y el primero de ellos fue un fracaso
total. Abatidos por el sufrimiento y la miseria, se vieron obligados a volver a
casa con las manos vacías. Fueron tratados con grandísima crueldad pero no por
ello desistieron en su noble empeño apostólico. Por el contrario, programaron
otro intento de penetración misionera entre los inmisericordes cumanos.
En este segundo intento no solo no
cesaron los malos tratos sino que se saldaron con el asesinato de los dos
jóvenes padres dominicos Albert y Dominic. Pero esta vez no se volvieron a casa
con las manos vacías sino que la siembra martirial dio pronto fruto y abundante.
Dos príncipes o líderes políticos de la época y un gran número de hombres y
mujeres con ellos pidieron ser bautizados e incorporados al rebaño de los
fieles cristianos. Veamos cómo y de qué sorprendente manera.
Los nombres de estos dos personajes
eran Bortz Membrok y su hijo Burch. De acuerdo con las normas establecidas, los
dominicos se dirigieron al Primado de Hungría el Arzobispo Robert. Para ello
nombraron una delegación compuesta por varios frailes dominicos y doce hombres
cumanos presididos todos por el príncipe Bruch, el cual se dirigió al Arzobispo
con estas palabras: “Jefe, bautízanos a mí junto con estos doce hombres; mi
padre vendrá también él a través de los montes de Transilvania al lugar que vos
le indiquéis con 2000 hombres que desean recibir el bautismo de tus manos”.
Cuenta la crónica que este encuentro tuvo lugar en la primavera del año 1227.
Nosotros bien podemos decir que fue también la primavera dominicana entre los
cumanos del país de Drácula.
El Primado húngaro se las arregló para
informar con prontitud al Papa Gregorio IX acerca del deseo sincero del líder
cumano Bortz Membrok de ser bautizado y recibió, también con prontitud, el
visto bueno y generoso papal para que el bautismo solicitado tuviera lugar. Y
el cronista escribió: “Bortz ha sido convertido a la fe en Cristo por los
hermanos de la Orden de Predicadores, y se ha hecho bautizar junto con muchos
hombres de su estirpe por el Señor Robert, Arzobispo de Strigonium, en
presencia de Bela, el joven rey de Hungría, hijo del rey Adrei”.
Realizado el bautismo de los dos
líderes políticos mencionados junto con un buen número de cumanos, se pusieron
todos ellos bajo la administración apostólica de un Obispo. En este sentido el
Primado Robert de Hungría, siguiendo las orientaciones pastorales recibidas del
Papa, eligió al fraile dominico Teodoric como Obispo de los cumanos recién
bautizados. La sede de este Episcopado tan peculiar fue Milcov por haber sido
allí donde tuvo lugar la histórica ceremonia bautismal.
De acuerdo con la correspondencia
epistolar entre el Papa Gregorio IX y el Primado de Hungría Robert, estos
acontecimientos tuvieron lugar entre el 31 de julio de 1227 y el 21 de marzo de
1228. A la zaga de este acontecimiento se trató después de reorganizar los episcopados rumanos y sus
feligresías con la integración ahora de los cumanos en las comunidades
cristianas. Sin embargo, por aquellas calendas había muchos problemas internos
de la Iglesia sin resolver y la situación política de Hungría era cada vez más
conflictiva. Es cierto que todos estos problemas internos podían ser
considerados caseros y en alguna medida, soportables.
Pero llegó la invasión de los mongoles
en 1241 y se cambiaron las tornas. Según las fuentes dominicanas de la época,
la invasión del 1241 se saldó con la muerte de 90 frailes dominicos y se
sospecha que entre ellos se encontraba también el primer Obispo dominico y de
los cumanos, Teodoric. Así las cosas, los dominicos consiguieron que el rey
Bela IV de Hungría recibiera como refugiados a varios miles de familias cumanas
a las que distribuyó por el territorio comprendido entre los ríos Tisa y el
Danubio. De estos últimos algunos de los cumanos pasaron a Bulgaria. De acuerdo
con estas informaciones cabe hablar de una verdadera “dispersión” de cumanos
cristianos por el este de Europa.
A pesar de las calamidades causadas por la
invasión mongola del 1241, los esfuerzos de la Santa Sede y de la Corona de
Hungría por restaurar el episcopado pionero de los cumanos en Molcov, regido
por un Obispo dominico, no faltaron, pero sin éxito. Para hacernos una idea de
cómo fueron las cosas después de la primavera dominicana con la llegada del
terrible invierno de la invasión de los mongoles, me parece oportuno recordar
aquí la historia dramática de los doce dominicos que figuran en la lista
oficial de obispos rumanos.
3.
Obispos dominicos en Rumania
Antes de analizar la gesta de estos
hombres de santo Domingo como sucesores de los Apóstoles en territorio de los
Cárpatos Orientales rumanos quiero recordar lo siguiente. A raíz de la
destrucción del episcopado pionero de los cumanos, bajo el mandato pastoral del
Obispo dominico Teodoric, los dominicos siguieron del brazo de los padres
franciscanos trabajando por la unidad de los cristianos divididos por el gran
cisma de Oriente. En este contexto surgió una novedad muy importante en el seno
de la Orden de Predicadores. Me refiero a la creación de la Sociedad de Hermanos Peregrinos bajo la
obediencia de un Vicario del Maestro General.
En el año 1312 el Maestro General Fr.
Berengario de Landore aprobó el Estatuto definitivo de dicha congregación
dentro de la Orden. La Sociedad de
Hermanos Peregrinos apareció y desapareció a lo largo de la historia como
las aguas del Guadiana. En el año 1600 reapareció con el nombre de Congregación de Oriente y en 1695
desapareció para siempre. Pues bien, esta Congragación de dominicos es la que
trabajó denodadamente en Rumania codo a codo con los padres franciscanos.
En la
ceremonia de consagración del Obispo de Siret, el franciscano Andrei
Iastrzebiec, los dominicos estuvieron ya presentes y allí tuvo lugar después la
fundación de un convento de dominicos bajo la advocación de la Madre del Señor y S. Juan Bautista.
La
señora Margareta Musata, madre de Pedro I Musat, fue una ferviente admiradora
de los dominicos de Siret y su director espiritual era un padre dominico. Se
comprende así que su hijo destinara una respetable ayuda económica para los
frailes dominicos y su iglesia en Siret. Más aún. La señora Musata expresó su
deseo de ser enterrada cuando muriera en la iglesia de los dominicos y se
cumplió fielmente su deseo. La tradición habla de presuntos milagros ocurridos
en torno a su tumba por lo que la iglesia se convirtió en lugar de
peregrinación en busca de remedio para las enfermedades. He dicho antes que el
Obispo que cubrió con su paraguas pastoral a los dominicos en aquella ciudad
era franciscano. Pues bien, le siguieron después en el episcopado de esta ciudad
tres dominicos de los seis que figuran como titulares de dicha diócesis.
Hablemos ahora de ellos y de otros más.
4.
Ioan Sartorius, Stefan Martini y Toma Grueber
Ioan
Sartorius (1388-1394) era polaco de Cracovia y fue el inmediato sucesor en la
sede de Siret del franciscano Andrei. Pero ojo a lo que viene. Una vez
consagrado obispo, no fue a residir en Siret sino que se quedó en Cracovia como
obispo auxiliar del Obispo cracoviense. Diríase que, hablando en términos
actuales, decidió gobernar la diócesis con un mando a distancia desde Cracovia.
Pero estamos en la Edad Media y el Obispo tenía que desplazarse físicamente
alguna vez a su sede para conocer la situación real de sus feligreses y señalar
las pautas pastorales a seguir, en este caso por los dominicos y franciscanos
que eran los que llevaban el peso diario de la responsabilidad pastoral sobre
el terreno. Todo hace pensar que el Obispo Sartorius se desplazó varias veces
de Cracovia a Siret en visita pastoral, pero sólo se pone de relieve una de ellas
relacionada con un presunto corporal milagroso existente en la iglesia de los
dominicos de Siret. Vamos a ello.
Por el
año 1390 el P. Janitor, a la sazón prior de los dominicos de Siret, hizo una
peregrinación a Tierra Santa llevando consigo un pedazo de tela grande que fue
colocando sobre diversos vestigios de la presencia de Cristo. De vuelta en
Siret el prior dividió la tela en tres partes y una de ellas la empezaron a
poner sobre el Altar de la iglesia como corporal
durante la celebración de la Misa. Después de algún tiempo este corporal fue
confiado a una señora piadosa para que lo lavara y almidonara. Pero hete aquí
que, al cabo de tres días, el 27 de enero de 1391, aparecieron muchas gotas de
sangre sobre el corporal limpio y almidonado. El corporal fue sometido a una rigurosa investigación y como
conclusión final lo declararon milagroso.
Como consecuencia de lo cual, el día 27 de enero el milagroso corporal fue
llevado en procesión solemne a la iglesia y a partir de entonces dicha iglesia
dominicana se convirtió en lugar de peregrinación, como ya lo era la iglesia de
Cîmpulung.
Así
estaban las cosas cuando llegó desde Cracovia en visita pastoral el Obispo
Sartorius, el cual fue puntualmente informado de todo lo que durante su
ausencia había ocurrido en Siret. En el informe recibido debió ocupar un lugar
preeminente todo lo relacionado con el milagroso corporal y maravillado por lo
ocurrido prometió pedir favores especiales a la Santa Sede para la iglesia
dominicana de Siret. Sartorius retornó a Cracovia donde murió en 1394 y su
sucesor inmediato en la sede de Siret fue otro dominico polaco, el P. Stefan
Martini (1394-1412).
Tampoco
Martini se dignó vivir en Siret con sus fieles, lo cual provocó la indignación
del Papa Bonifacio IX, el cual le exigió que fijara su residencia en Siret para
que se ocupara convenientente de los fieles que le habían sido confiados para
su servicio pastoral. Pero el Obispo Martini se hizo el sordo a las amenazas
papales y, siguiendo el mal ejemplo de su predecesor, se quedó en Cracovia como
Obispo auxiliar de aquella diócesis.
Martini
murió el 10 de enero de 1412 y fue elegido como sucesor el franciscano Nicolae
Venatoris. Pero este nombramiento no fue del gusto de los dominicos de Siret,
los cuales apelaron al Papa a través del Maestro General y al cabo de cuatro
meses fue nombrado nuevo Obispo de Siret el dominico Toma Grueber.
Los
expertos lamentan la falta de documentación acerca de este nombramiento y, por
defecto, como se dice en el argot informático, en la lista de los obispos de
Siret figura el primero nombrado, Nicolae Venatoris, y no Toma Grueber. En
cualquier caso tampoco hay constancia escrita de que el Obispo Venatoris
viviera en Siret. Tampoco se tiene la impresión de que la presencia física de
estos obispos en su sede titular fuera muy necesaria una vez que los misioneros
dominicos y franciscanos se jugaban diariamente el tipo en el pastoreo
espiritual de los fieles episcopalmente abandonados. Y de Siret nos trasladamos
ahora a Baia.
5.
Ioan Ryza, Petru Czisper y Toma Batcha
El
dominico Ioan Ryza figura como Obispo titular de Baia (actualmente Baia Mare)
entre los años 1418 y 1438. Como dominico que era fomentó encarecidamente la
acción pastoral conjunta con los padres franciscanos afrontando dificultades y
disgustos a granel. El divorcio de Alexandru cel Bun, por ejemplo, casado con
la católica Ringala, enrareció bastante el ambiente, pero lo más grave llegó
con la propaganda de los husitas o seguidores de Juan Huss y, paradójicamente,
con el descontento emergente de los misioneros franciscanos. Como es sabido,
Juan Huss nació en Bohemia en 1369 pero murió en Constanza, Rumania, en 1415.
Esta cuña husita se apretó después con la llegada de luteranos y calvinistas
alemanes.
Según R. Loenertz, la presencia de los dominicos en
Siret fue decisiva para la creación de la diócesis latina de Suceava con un
Obispo dominico a la cabeza. Recuerda también que el Obispo Ryza fue elegido
cuando era el Vicario de la Misión de los
Hermanos Peregrinos Predicadores en Moldavia. Estos dominicos habrían sido
los promotores de la idea de crear una diócesis en la capital de Moldavia,
Suceava.
Siret
estaba perdiendo importancia política con ventaja de Suceava y cabe pensar que
este hecho fue tenido en cuenta por los dominicos promotores de un episcopado
más sólido en Suceava. Así las cosas, los dominicos habrían conseguido, con la
ayuda del rey polaco, que la Santa Sede creara la diócesis de Suceava con el
Vicario de los dominicos como Obispo a la cabeza. Según otra versión de los
hechos la influencia de los dominicos en este asunto no habría sido tan
decisiva, teniendo en cuenta la situación borrascosa por la que pasaba la
Iglesia por aquella época como consecuencia del gran cisma de Occidente. Sea
ello como fuere, lo cierto es que el Papa Martín V instituyó al dominico Ioan
Ryza como Obispo titular de Baia entre los años 1417 y 1420.
Ioan
Ryza murió y el Papa Eugenio IV nombró como sucesor a otro dominico, Petru
Czisper, el 30 de abril de 1438. Pero por aquella época la presencia de los
husitas en Baia era tan poderosa que el nuevo Obispo debió considerar más
prudente no establecer allí su residencia episcopal. De hecho no consta que
viviera en Baia. Por aquella época llegaron a la zona delegaciones papales para
contrarrestar la influencia de los husitas y en una de ellas se encontraba el
que después sería conocido como S. Juan de Capistrano.
A Ioan
Ryza le sucedieron tres obispos franciscanos hasta que el 20 de septiembre de
1497 el Papa Alejandro VI nombró a otro dominico, el P. Toma Batcha, natural de
Szeged, Hungría. También éste, debido al ambiente borrascoso creado por los
husitas, gobernó la diócesis, como decíamos más arriba, con el mando a
distancia. No residió en Baia pero consta que visitaba su territorio pastoral con
frecuencia y en una de sus visitas pastorales encontró la muerte. Unos paisanos
desalmados de la localidad de Ortasti le salieron al paso y le asesinaron.
Informado Esteban el Grande (Stefan Cel Mare) de lo ocurrido, castigó a aquella
población con la expropiación de la gran finca poiana satuli, donde se había perpetrado el asesinato, pasando la
propiedad de la misma al Obispo Metropolita Ortodoxo de Suceava.
6.
Seis obispos dominicos en Bacau
En la
lista oficial de obispos titulares de la diócesis de Bacau figuran 6 dominicos.
Vamos pues a ellos por orden cronológico.
El
primero de ellos fue Ioan Botezatorul Zamoiski del 1633 al 1649. Fue nombrado a
propuesta del rey de Polonia lo que provocó protestas por parte de los fieles
católicos de Moldavia, especialmente de los católicos de Cotnari, los cuales se
dirigieron al Nuncio papal en Polonia pidiendo abiertamente que el nuevo Obispo
fuera italiano y no polaco. La respuesta del Nuncio llegó el día 1 de mayo de
1632 y su contenido fue el siguiente. Es mejor que el nuevo Obispo sea polaco a
petición del rey de Polonia, y que pertenezca a una familia noble y rica con el
fin de que pueda más fácilmente disponer de bienes propios para su
sostenimiento y promocionar en la diócesis la creación de iglesias sin olvidar
la necesidad de proveerse de un lugar de refugio en tiempo de guerra. Más claro
agua de manantial. En el momento de su elección el P. Zamoiski era Prior del
convento dominicano de Cracovia. ¿Cómo fue su mandato episcopal?
En
1636 hizo una visita pastoral de tres meses a las comunidades católicas de su
jurisdicción pero siguiendo el mal ejemplo de otros colegas suyos, se volvió a
Polonia por más que el Nuncio trató de hacerle ver la conveniencia de que
fijara su residencia en Bacau a la cabeza de sus fieles. Luego surgieron
conflictos con los padres franciscanos en razón de los privilegios pastorales
de que estos gozaban hasta el punto de que tuvo que intervenir la Congregación De Propaganda Fide. Sus largas ausencias
de la diócesis fueron abiertamente censuradas por el líder político Vasile
Lupu, el cual pedía un Obispo italiano con residencia estable en Moldavia. En
pocas palabras las cosas sucedieron más o menos como digo a continuación.
A
finales de 1638 Vasile Lupu hizo llegar al Papa Urbano VIII una carta
expresando este deseo. El portador de la misma fue el franciscano Emanuel
Remondi, a la sazón Viceprefecto de la Misión franciscana en Rumania. La carta
fue leída en una sesión plenaria de Propaganda
Fide en presencia del Papa y el 14 de marzo de 1640 la Congregación dio un
ultimátum al Obispo Zamoiski para que fijara su residencia habitual en Bacau.
En caso de que así no lo hiciera sería reemplazado por un Visitador Apostólico,
como de hecho sucedió. Desde 1640 a 1643 fue reemplazado por Petru
Deodat-Bogdan Baksic y desde 1644 a 1650 por Marcu Banbudolovich-Bandini, autor
de un informe minucioso acerca de la vida de los católicos moldavos. El
testarudo Obispo Zamoiski no dio su brazo a torcer y cabe pensar que aplicando
el criterio pragmático de promoveatur ut
removeatur, le trasladaron a la diócesis de Przemisl donde murió el 1 de
enero de 1655.
La
situación de los católicos rumanos fue de mal a peor por causa de las guerras,
quedando reducidas a polvo la mayor parte de las poblaciones y en este estado
de cosas el 6 de enero de 1678 fue nombrado otro fraile dominico polaco Obispo
de Bacau. Se llamaba Iacob Gorecki, el cual murió al año siguiente sin pena ni
gloria. Los expertos dicen que lo más probable es que ni siquiera llegó a
visitar la diócesis.
Pasaron
dos años con el gobierno del Vicario Apostólico Vito Piluzzio y el 15 de marzo
de 1694 fue elegido nuevo Obispo de Bacau otro fraile dominico llamado Amandus
Victorin Cieszejko, de origen lituano. Juró fijar su residencia episcopal en
Bacau pero el estado de guerra entre Polonia y Turquía así como la situación
desastrosa en que se encontraba Moldavia no le permitió siquiera realizar el
viaje a su sede episcopal de Bacau y murió el día 16 de junio de 1698 en Brody,
Polonia.
Unce
años después, el 23 de febrero de 1711, se procedió a la elección de un nuevo
Obispo para Bacau, que recayó en la persona de otro dominico llamado Ioan
Damaschin Lubieniecki. Cuentan de él que era un hombre muy culto y había sido
Prior Provincial de los dominicos en Polonia.
Este
sí consiguió viajar a Bacau para hacerse cargo del ministerio pastoral que le
había sido encomendado, pero lo único que pudo hacer fue tomar nota de las
calamidades que asolaban la región y volver a Polonia como alma que lleva el
diablo. Se estableció en Varsovia y desde allí envió un informe estremecedor a
la Santa Sede acerca de la crueldad de las guerras desatadas, los saqueos de
paisanos y cosacos así como la fuga masiva de gente huyendo de la muerte y la
miseria. No estaba el horno para bollos y falleció en Voin, Polonia, el día 7
de marzo de 1714.
Hubo
que esperar al 13 de abril de 1732 para la provisión de nuevo Obispo de Bacau y
fue elegido el padre dominico Toma Slubiez Zaleski. Pero con tan mala suerte
que se murió el 20 de diciembre de ese mismo año antes de ser ordenado en
Cracovia como estaba previsto. Durante los cinco años siguientes los padres
jesuitas que ya andaba por allí se hicieron cargo de la responsabilidad
espiritual de los fieles de Bacau hasta que el día 23 de diciembre de 1737 es
nombrado el nuevo y último Obispo dominico y con él se termina la historia de
los obispos dominicos en Rumania hasta nuestros días, ya entrados en el siglo
XXI de la era cristiana. ¿Quién fue este hombre y cómo le fueron las cosas como
Obispo?
Se
llamaba Rajmund Stanislav Jerierski, el cual se echó a la espalda 45 años como
Obispo titular de Bacau (1737-1782). Este hecho contrasta con la muerte prematura
de su inmediato predecesor. Dicen que fue un fraile muy erudito, gran
predicador, buen profesor de filosofía y teología en el Estudio General
dominicano y experto cualificado en historia de la Iglesia en Moldavia. Su
candidatura al episcopado fue gestionada por el rey Augusto III de Polonia con
el apoyo explícito del cardenal Ioan Lipski de Cracovia, el cual se encargó de
su consagración episcopal en una solemne ceremonia en Kielce. Muchas esperanzas
se habían puesto en esta elección pero las cosas no le fueron mejor que a sus
predecesores en la diócesis de Bacau.
Digamos
de entrada que a lo largo de sus 45 años de episcopado sólo visitó una vez
pastoralmente su diócesis y lo más que pudo hacer fue tomar nota de las
miserias humanas que encontró e informar de ellas a Roma. La miseria material
de la diócesis debía ser grande y confió en remediarla a favor der sus fieles
con la ayuda de Gregorio II Chica, a la sazón líder político del lugar. Su
esperanza de firmar un tratado de ayuda con este hombre se vio frustrada y
trasladó ahora su confianza al rey de Polonia con el mismo resultado.
Decepcionado por parte de aquellos que podían ayudarle en el mantenimiento del
episcopado y de sus feligreses católicos empobrecidos, se dirigió al Papa
Benedicto XIV pidiéndole licencia para fijar su residencia episcopal en el
convento de los dominicos de Snyatin para estar lo más cerca posible de sus
feligreses de Bacau y el día 3 de agosto de 1751 el Papa aprobó sin dificultad
su propuesta.
Así
las cosas, por aquella época tuvo lugar una emigración masiva de rumanos de
Transilvania hacia Moldavia y Muntenia y entre aquellas gentes había muchos
católicos con lo cual las comunidades católicas de Moldavia se vieron
reforzadas y más necesitadas de asistencia pastoral. Por lo mismo, la presencia
permanente en Bacau de su Obispo se hizo más necesaria que nunca, a pesar de lo
cual Jerierski no se movió de su convento dominicano de Snyatin y ello fue
motivo abonado para que surgieran incomprensiones con los misioneros que estaban
dando la cara y supliendo la falta de dedicación del Obispo a sus deberes
pastorales.
Las
cosas fueron a más y la Santa Sede decidió nombrar a dos obispos auxiliares
franciscanos con derecho a sucesión. Jerierski muere en 1782 y el franciscano
Karwvosiecki le sucede como nuevo Obispo titular de Bacau. Con Jerierski se
acabaron los obispos dominicos y muy pronto se acabará también la presencia de
todos los dominicos en Rumania. ¿Cuándo exactamente, por qué y de qué manera?
Este es un capítulo fascinante del que no puedo ocuparme aquí y lo dejo abierto
para que los buenos historiadores encuentren la respuesta adecuada a estos
interrogantes.
7.
Reflexiones finales
Para entender la dramática gesta de los
dominicos en Rumania, tal como queda descrita al ritmo de la gestión pastoral
de sus obispos, hay que tener en cuenta muchos factores adversos y en algunos
casos escandalosos a más no poder. Por ejemplo, la consolidación del cisma de
Oriente, consumado vergonzosamente el año 1054. Cuando mediado el siglo XIII
llegaron los dominicos las heridas de la división eclesial de Oriente y
Occidente estaban todavía muy vivas y el conflicto de Rumania con Hungría por
las pretensiones sobre Transilvania se agravaron sin cesar hasta el día de hoy.
Luego estaba el Imperio otomano como la espada de Damocles sobre todo el
territorio rumano y por si esto fuera poco, llegaron los cumanos y los mongoles
haciendo de su capa un sayo con sus asesinatos, saqueos y devastaciones.
Así más o menos estaba el ambiente
cuando llegaron los misioneros dominicos y franciscanos quienes permanecieron
junto a sus feligreses como buenos pastores que defienden a su rebaño mientras
que sus Obispos, como hemos visto, cuando veían venir al lobo se ausentaban de
sus diócesis y sólo en muy escasas ocasiones volvían para pastorear
directamente sobre el terreno al rebaño que les había sido confiado. Esta
constatación nos lleva a preguntarnos por qué la pertinaz costumbre de la
mayoría de ellos de no querer residir en su diócesis de suerte que
prácticamente la responsabilidad inmediata de la guía espiritual de los
cristianos quedaba siempre en manos de los sufridos misioneros de a pie,
dominicos y franciscanos. Yo estoy
convencido de que la verdadera razón de esta conducta episcopal fue el miedo
ante la situación terrible en que se encontraba aquella zona de Europa por
causas políticas, religiosas y de miseria material. Ciertamente, la seguridad
personal del Obispo era muy precaria y tal vez creyeron que era mejor gobernar
a distancia y a través de terceros que jugarse el tipo ellos con su presencia
física. Pero aún así, llama la
atención la terquedad con que algunos de aquellos obispos se hicieron los
sordos ante la reclamación de su presencia estable en su diócesis por parte de
los fieles, de algunos líderes políticos y hasta de la Santa Sede.
Contrasta esta conducta pastoral con la
de S. Agustín, por ejemplo, cuando llegaron los bárbaros y sitiaron Hipona. ¿Qué
hacemos? Le preguntaban obispos y sacerdotes. ¿Nos quedamos o huimos cada cual
como pueda? Casi seguro que estos obispos nuestros de los que hablamos ahora
desconocían los consejos realistas e impecablemente pastorales que el Obispo de
Hipona dio a quienes le hicieron estas preguntas y que él mismo llevó a la
práctica. Pero tratándose de obispos dominicos, resulta inevitable relacionar
esta conducta de ausencia pastoral con la de los obispos también dominicos que
dejaron el pellejo en Extremo Oriente antes que abandonar a sus ovejas cuando
llegaron los lobos. Pero dejémoslo así porque este discurso nos llevaría muy
lejos.
Otra observación pertinente después de
lo que hemos dicho aquí se refiere al nombramiento alternativo de obispos
dominicos y franciscanos. ¿Es que no había otras gentes para escoger? La
respuesta es muy sencilla. Ellos, desde Hungría y Polonia, eran por aquellas
calendas la cantera más cercana y apropiada para proveer de pastores
episcopales de rito latino. Baste pensar, por ejemplo, en lo que ocurre
actualmente en zonas como el norte de África o la Amazonía peruana, donde
tradicionalmente los obispos suelen ser franciscanos y dominicos.
Pasó el tiempo y las cosas en el país
de Drácula no mejoraron sino que empeoraron. Por si no había ya bastante con el
cisma de Oriente, llegó el cisma de Occidente a dos bandas. Una con tres papas
peleándose por el poder y Lutero tratando de poner orden y concierto poniéndolo
todo patas arriba para dejarlo todo en la Iglesia peor de lo que estaba, que era
mucho. Así las cosas, lo que no hicieron cumanos, mongoles, cosacos y otomanos
lo hicieron los protestantes luteranos y calvinistas tratando de imponer
brutalmente la reforma protestante entre ortodoxos y católicos. Menos mal que
en 1693 llegaron los padres jesuitas, que de disciplina, orden y eficacia
sabían mucho, pues no en vano su santo fundador S. Ignacio de Loyola había sido
antes militar que fraile, y pronto se hizo sentir su presencia.
Por una parte trataron de atraer a los
ortodoxos a la Iglesia católica y en este empeño lo que consiguieron fue que,
ante el avance calvinista atropellando los derechos civiles y plantando cara a
la actividad misionera de los propios jesuitas, se llegó a un acuerdo con el
Metropolitano ortodoxo Teofil Seremi (1697-1700) para iniciar el proceso de
unión con la Iglesia de Roma. Después de unas conversaciones del padre jesuita
Ladislaw Baranyi con el Metropolita Seremi, éste convocó un Sínodo en el que
decidieron la unión con Roma bajo las condiciones del Concilio de Florencia.
Esta histórica decisión tuvo lugar el día 21 de marzo de 1697. Seremi murió en julio de
1697 y Atanasie Anghel, su sucesor, entró en plena comunión con la Santa
Sede de Roma mediante el Acta de Unión del 7 de octubre de 1698, que fue formalizado
después en un sínodo de obispos el 4 de septiembre de 1700. Dicho sea de paso,
por lo que yo he podido saber, los ortodoxos radicales no han desaprovechado
ocasión para hablar mal de los jesuitas, sobre todo criticando sus métodos de
acción. Pero la cuestión de estilos y métodos pastorales es otra cuestión que
no me interesa tratar aquí.
Al filo de lo que termino de decir, y
en el contexto de la presencia de los dominicos en Rumania, me queda una duda
importante acerca de la tradición oral que recibí del veterano sacerdote
armenio de Cluj. ¿Es verdad que los luteranos alemanes martirizaron a algunos
dominicos? En los documentos escritos existentes consta, como hemos visto, que
hubo mártires dominicos. Pero la mayoría de ellos fueron víctimas de los
invasores mongoles, dos fueron asesinados por los cumanos y un Obispo fue
asesinado igualmente por unos paisanos corrientes y molientes rumanos.
Según la tradición oral que yo recibí
hubo también muertes causadas por los luteranos alemanes. Por otra parte, según
la misma versión oral, los primeros dominicos que llegaron a Rumania habrían
sido alemanes, mientras que los documentos escritos atestiguan que fueron
húngaros, polacos y un lituano. Dejo la palabra a los historiadores para que
ellos respondan, si no lo han hecho ya en alguna parte que yo desconozco a
estos pormenores que son importantes. Que los primeros luteranos y calvinistas
llegados a Rumania no hicieron ascos a la brutalidad es cosa bien sabida. Pero
de ahí a que martirizaran a algunos dominicos hay un tramo que históricamente
queda por andar.
El historiador rumano Anton Despinescu
da las gracias a la Orden Dominicana por la labor de siembra del Evangelio que
realizaron los dominicos entre los cumanos sufriendo contratiempos y afrontando
calamidades de todo tipo. Y matiza: “în epoca moderna si contemporana, întalnim
rareori cate un dominican în Moldova”. El lector entenderá sin dificultad que
esta alusión tiene algo que ver conmigo si digo que el ilustre historiador
rumano de la Iglesia tuvo la sorpresa de verme a mí por aquellas tierras de
Moldavia por primera vez en 1988 y numerosas veces después. Por mi parte sólo
tengo noticia de que un dominico francés pasó por Bucarest después de la caída
del régimen comunista. Luego tuvo lugar la fugaz presencia de tres dominicas
también francesas en Cluj y para de contar. En cualquier caso queda siempre en
el aire la pregunta por qué los dominicos desaparecieron en el siglo XVI de
aquellas tierras sin dejar rastro, aunque sí algún pateado rastrojo, hasta
nuestros días. ¿Será que Vlad Tepes o conde
Drácula los mandó encerrar en alguna de sus mazmorras în veci vecilor?
NB. Lecturas
recomendadas. Die ungarische
dominicaner ordens provinz, Zürich 1913. I. FERENT, Cumanii si episcopia lor, Blaj 1913. R. LOENERTZ, Misiunile dominicane în Orient, în secolul
XIV si Societatea Fratilor Peregrini pentru Cristos, în Archivum Fratrum
Praedicatorum, vol. II, Roma 1932. G.I. MOISESCU, Catolicismul în Moldova pana la sfarsitul secolului XIV, Bucuresti
1942. A. DESPINESCU, Istoria Biserici,
prelegeri. Evul mediu, Iasi 1974. A. DESPINESCU, Presenta dominicana pe territoriul de la Rasarit de Carpati, în
Buletin Istoric, 4 (2003) 150-158.
NICETO BLÁZQUEZ,
O.P.